Isaac Burrows cerró el libro. Estaba sentado en un
viejo sillón gastado, que algún día fue de un verde vivo como un valle en
primavera, pero que por aquel entonces ya lucía gris ceniza. En el suelo, junto
a él, estaba tirado su uniforme del trabajo. Era un mono de color azul oscuro y
naranja, el que usaban los trabajadores del aeropuerto. Echó un vistazo a la
portada del libro, donde estaba escrito el título, El Cazador y El Artista, con letras doradas en relieve sobre un
fondo marrón. Un poco más abajo, un prometedor subtítulo rezaba: La verdadera historia de Adam Legendre.
El aspecto de la
habitación en la que se encontraba era realmente lamentable. Los restos de
comida de varios días se amontonaban en una pequeña mesita de madera frente al
sillón, que apenas podía verse ya que estaba enterrada bajo aquel enorme montón
de basura. Echando un vistazo rápido, quedaba claro que Isaac no debía ser
demasiado bueno en la cocina, ya que la mayoría de aquellos restos eran envases
de comida rápida, sobras de alguna que otra pizza pedida a domicilio o lo que
quedaba de la comida tailandesa de varias noches atrás. El mobiliario era
escaso: además del sillón gastado y la mesita, había un pequeño mueble con
ruedas que sostenía una televisión de tubo que debía tener más de veinte años,
de la que brotaban dos enormes antenas, permanentemente extendidas por completo.
Las paredes no habían sido pintadas en años y tenían un color grisáceo, más
oscuro cerca de los bordes, con amplias manchas de humedad por todas partes. Apenas
entraban un par de rayos de luz tenue por la ventana, haciendo que el
apartamento pareciera más bien una especie de cueva repleta de basura.
Isaac dejó el libro en el
sillón, se levantó y se acercó al viejo televisor, sobre el que había un buen
puñado de papeles. Entre ellos había una fotografía antigua, con los bordes
gastados por el paso del tiempo. Isaac la sostuvo frente a él, mirándola fijamente.
La imagen mostraba a dos
niños, de unos siete u ocho años, mirando a la cámara, mostrando la mejor de
sus sonrisas. Ambos se rodeaban mutuamente con sus brazos, mientras que con la
otra mano extendían los dedos índice y corazón haciendo el signo de la
victoria. Estaban en una especie de parque o jardín, de pie, bajo los rayos del
sol. El chico de la izquierda vestía una camiseta negra de manga corta y un
pantalón corto que debía de haber sido largo algún día, a juzgar por lo
irregular de los cortes de sus perneras; el de la derecha, un peto vaquero con
un gran bolsillo que le ocupaba toda la barriga y una camiseta clara, también
de manga corta, debajo. En el fondo de la imagen, a lo lejos, se vislumbraba un
edificio, de aspecto rústico y color marrón arenoso. A lo largo de toda la
fachada tenía repartidas decenas de pequeñas ventanitas, cada una de ellas con
su correspondiente contraventana de madera oscura, formando tres hileras
horizontales correspondientes a los tres pisos del edificio. En la parte
superior, casi al borde de la foto, podía verse que el inmueble no tenía
tejado, sino que toda la parte superior era una inmensa azotea, y que el perímetro
de la misma estaba delimitado por pequeños cubos de hormigón, dando la
impresión, vistos desde lejos, de ser las almenas de un castillo.
Isaac giró la foto para
leer la inscripción de la parte posterior. Estaba escrito a lápiz, con una
caligrafía pobre, quizá la letra de un niño.
Isaac y Adam
S.H.
Una leve sonrisa se
dibujó en su rostro. Echó un vistazo atrás, al sillón, sobre el que descansaba
el libro. Casi no podía creérselo. Su gran amigo Adam ahora era el héroe de la
ciudad. Había sido capaz de detener al asesino más peligroso jamás visto, un
tipo bautizado por la prensa como El Artista, un sádico que construía macabros
retablos con los cadáveres de sus víctimas, imitando obras de arte clásico. Además,
en cada una de sus creaciones solía haber un mensaje para la policía. Un
desafío. Un acertijo sobre la siguiente víctima. Habían sido meses de
persecución hasta que, finalmente, el agente Legendre consiguió acorralar a
aquel criminal. No fue fácil, pero tres disparos después, El Artista pasó a la
historia. Claro está, una historia como aquella no podía pasar desapercibida,
así que a Adam no tardaron en llegarle las ofertas. Finalmente fue una joven periodista,
Claire Greene, la encargada de publicar un libro sobre aquel caso. Un libro que
había sido todo un éxito. Todo el mundo en la ciudad sabía cada uno de los
detalles del trabajo que el agente Legendre llevó a cabo. Adam era el hombre
del momento. Un dios para la ciudad.
Sin embargo, no se podía
decir lo mismo de Isaac. Estaba atrapado en su empleo en el aeropuerto. Llevaba
ya más de diez años trabajando allí, conduciendo uno de esos carritos que llevaban
las maletas desde la zona de facturación hasta las bodegas de carga del avión.
La mayoría de sus compañeros eran estudiantes de la Universidad que echaban
unas horas en el aeropuerto para sacarse un dinero extra, o gente que estaba
allí de forma transitoria mientras encontraba algo mejor. Pero nadie llevaba diez
años. Ni siquiera cinco. Isaac llevaba mucho tiempo esperando un cambio de
puesto. Demasiado. Él quería trabajar en uno de esos puestos de información del
aeropuerto, indicando a la gente dónde estaba su puerta de embarque o dando
indicaciones y consejos sobre la ciudad a los turistas recién llegados. Pero
allí seguía, diez años después, conduciendo aquel estúpido carrito.
De todas formas, ese no
era su peor problema. Había algo que le preocupaba mucho más. Su vida social
era prácticamente inexistente. Sus compañeros del trabajo no le hacían
demasiado caso. Solo había un tipo, un tal Brian Holmes, que hablaba con él de
vez en cuando. Pero había algo en Brian que no le gustaba a Isaac. No sabía
bien el qué, pero le daba la sensación de que no era un tipo de fiar. Así pues,
prácticamente solo le quedaba un amigo de verdad: el que miraba en aquella
vieja foto que tenía en la mano.
Pero estaba decidido a
cambiar todo aquello de una vez por todas.
La solución a sus
problemas tenía nombre y apellidos: Claire Greene. Isaac la conoció en el
evento de presentación del libro de Adam, e inmediatamente quedó prendado de
ella. Tras mucho insistirle a su amigo, consiguió que la convenciera para salir
con él a cenar una noche. Esa noche.
Había conseguido, no sin
esfuerzo, un elegante traje italiano de color gris oscuro para ponerse en
aquella cita tan importante. Además, había invitado a Claire a cenar al lugar
más lujoso de toda la ciudad. El Thévenin, un impresionante gigante de acero y
cristal, el edificio más alto de la ciudad. Tenía un restaurante en la última
planta, el piso 88, frecuentado por famosos y gente de poder, desde donde se
veía prácticamente toda la ciudad, además de tener unas vistas preciosas de la
bahía. Era muy caro, eso sí, pero Isaac sabía que aquella noche tenía la
oportunidad de cambiarlo todo. Era su último cartucho. No podía fallar.
Antes de salir, recogió
otro objeto de lo alto del televisor. Era una pequeña libreta de tapas
amarillas, con el tamaño perfecto para acomodarla en un bolsillo. Dentro de la
espiral tenía metido un bolígrafo azul. Extrajo el bolígrafo de la espiral y
abrió la libreta por la primera página. En ella había escrita una sola frase.
Isaac arrancó la página, hizo una bola de papel y la arrojó al suelo. Tomó el
bolígrafo y pulsó el extremo con el pulgar para sacar la punta y escribir algo
en la nueva primera página de la libreta, que ahora sí estaba en blanco:
Esta es la gran noche.
Vas al Thévenin.
Has quedado para cenar con Claire Greene.
Cerró la libreta, metió
de nuevo el bolígrafo en la espiral y lo guardó todo en el bolsillo derecho del
pantalón, a la vez que suspiraba profundamente, como una persona que se prepara
para saltar a una piscina desde un trampolín situado a diez metros de altura.
Había llegado el momento.
Acabo de descubrir tu blog y me encanta. Espero nuevos post :P
ResponderEliminarbesitos desde
http://think-trendy.blogspot.com.es/
ja, ya tengo ganas de más,espero sea pronto..Saludos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo :P
EliminarGorgeous!
ResponderEliminarxo
tiene muy buena pinta..... voy a por el siguiente
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