Claire llevaba un vestido de un blanco tan radiante
que casi se convertía en cegador, ceñido, de manga francesa y escote generoso. Sobre
su pecho descansaba un collar de perlas rosadas. A ambos lados del collar,
sobre sus hombros, caía su pelo rubio, ligeramente ondulado, que le daba cierto
aspecto de estrella de cine de los años cincuenta. Los labios, pintados de rojo
fuerte; los ojos, de un verde tan brillante que casi parecían emitir destellos.
–Es preciosa –se le escapó a Isaac en voz alta.
–¿Cómo?
–La… ehm… bóveda. La bóveda. Jamás había visto nada
tan impresionante. Es una obra de arte.
Claire echó una mirada hacia arriba.
–Ah, sí, es bonita. Como casi todo en este
edificio. ¿Sabes que es lo que más me gusta a mí?
–¿La estatua del ángel de la entrada? –dijo Isaac,
no demasiado convencido–. No sé, hay muchas cosas increíbles aquí dentro (como por ejemplo tú –pensó).
–No –contestó Claire, riendo–. Es demasiado
agresiva para mi gusto, parece que en cualquier momento va a clavarte la
espada, con esa mirada asesina… Mi lugar favorito de todo el edificio es el
jardín interior. Es verdaderamente impresionante. De hecho, antes de venir
aquí, ni siquiera podía creerme que un edificio como éste tuviera un jardín en
su interior. Fue toda una sorpresa para mí. Pero una vez que lo vi… creo que es
el jardín más bonito que he visto en mi vida. ¿Tú lo has visto?
–¿Yo? Claro –mintió Isaac, carraspeando ligeramente–.
También es uno de mis lugares favoritos del edificio. Cada vez que vengo me
paso un rato paseando por el jardín. ¿Quieres que vayamos ahora a verlo? –nada más
terminar de hacer aquella pregunta se dio cuenta de lo ridícula que resultaba–.
–¿Ahora? –preguntó Claire, extrañada–. Quizá deberíamos
subir a cenar primero, ¿no crees?
–Ehm… sí, sí, llevas razón. Pero que sepas que me debes
un paseo por el jardín después de la cena –bromeó Isaac, tratando de solventar
la situación–.
–Trato hecho –contestó Claire, sonriendo dulcemente–.
Un rato después estaban sentados a la mesa. Allí,
en el piso 88 del Thévenin. Probablemente el lugar más lujoso de toda la
ciudad. El restaurante estaba lleno, como siempre, y no faltaban personalidades
importantes. Isaac reconoció en la sala a cuatro actores, un presentador de la
televisión, dos músicos y varios políticos. Además, a un par de mesas de
distancia estaban sentados el teniente de la policía, Gary Hooke, y su esposa. Claire
conocía al señor Hooke debido a su trabajo con la historia de Adam. Le había
hecho un par de entrevistas para aportar datos al libro, ya que Gary había sido
desde un primer momento el líder del equipo que persiguió a El Artista, e
incluso fue la única persona que estuvo junto a Adam la noche que todo terminó.
Por su parte, Isaac había coincidido con el teniente un par de veces, la última
en el evento de presentación del libro.
Una vez sentados en aquella mesa de tapete burdeos
pidieron la comida. Claire pidió que le sirvieran lo de siempre, que resultó ser
salmón con salsa de naranja. Isaac pidió un plato de cordero a la menta. Todo ello
acompañado de una buena botella de vino.
–Bueno, háblame de ti –dijo Isaac, que siempre
había oído que a las mujeres les gustaban los hombres que escuchaban, así que
creyó que aquello le daría un par de puntos a favor.
–¿De mí? Vaya… A ver, soy periodista y escritora,
pero eso ya lo sabes –Claire parecía hablar para sí misma en voz alta–. ¿Qué
puedo contarte? No quiero soltarte el típico rollo acerca de mi vida…
–Puedes contarme cómo conociste a Adam.
–Bueno, la verdad es que no tiene mucha historia. Toda la ciudad
pasó meses en vilo por culpa de aquel pirado, el Artista. Cuando todo terminó,
supe que tenía que hacer algo con toda aquella historia. Era demasiado buena
para dejarla pasar. Así que me decidí a contactar con Adam y, para mi sorpresa,
aceptó mi propuesta. Supuse que tendría decenas de ofertas de gente proponiéndole
hacer algo con aquella historia, tuve suerte de que me eligiera a mí. Pasamos mucho
tiempo juntos escribiendo y revisando el libro, una y otra vez, cambiando cosas
aquí y allá. De hecho, durante los últimos meses, no había día que no nos viéramos.
Y bueno, la verdad es que nos hicimos muy buenos amigos durante todo el proceso
–Claire sonrió, mientras Isaac le prestaba toda su atención, embobado–. Vaya,
estoy hablando demasiado, ¿verdad? Una vez que empiezo no paro, es como si me
dieran cuerda –rió–. Bueno, cuéntame tú, ¿cómo conociste a Adam?
–Es una historia muy larga.
–Tengo toda la noche para escucharte.
Isaac dio un sorbo a su copa de vino, se secó los
labios con la servilleta y comenzó a hablar.
–Conozco a Adam desde siempre. De hecho, no tengo prácticamente
ningún recuerdo de mi vida en el que no esté él. ¿Te ha contado algo del
Castillo?
–¿Qué castillo?
–No, no un castillo. Es EL Castillo. El lugar donde
crecimos. Lo llamábamos así porque era marrón, con muchas ventanitas, y toda la
parte del tejado estaba llena de unos bloques que parecían almenas.
–¿Y dónde está ese castillo?
–Aquí mismo, en la ciudad, a las afueras. Pero tú
seguramente lo conocerás con otro nombre. La Comunidad Adoptiva para los Niños
sin Hogar.
–¿El orfanato? Vaya, no lo sabía. –Claire estaba
visiblemente sorprendida–. ¿Adam y tú crecisteis allí?
–Sí. Los dos llegamos al Castillo casi al mismo
tiempo. A mí me dejaron en la puerta, metido dentro de una cesta, cuando apenas
tenía un par de semanas. Adam llegó justo un mes después, en idénticas
circunstancias.
–¡Creía que ese tipo de cosas sólo pasaban en las
películas!
–La verdad es que es algo raro, sí –contestó Isaac,
riendo–. Allí éramos unos cincuenta niños, y solo Adam y yo llegamos de esa
forma. Los demás eran huérfanos, niños que habían perdido a sus padres por una
u otra desgracia y no tenían otro sitio donde ir.
–Entiendo.
–Así que Adam y yo siempre estuvimos muy conectados.
Nos pasábamos todo el tiempo juntos. Éramos casi como hermanos. Ahora que me
acuerdo –Isaac comenzó a reír– yo era como una especie de protector para Adam.
A él le daba miedo aquel lugar, y yo siempre trataba de calmarlo, siempre
estaba pendiente de que él estuviera bien.
–Podríamos decir que era tu obligación como hermano
mayor. Llegaste un mes antes –dijo Claire entre risas.
–Bueno, es una forma de verlo –Isaac sonrió levemente–.
Sin embargo, ahora las cosas son tan distintas…
–Sí, ahora es él quién nos protege a todos de
asesinos locos obsesionados con el arte clásico –bromeó Claire.
–No me refiero a eso. Es cómo ha ido todo… Él es un
hombre de éxito, ha conseguido ser lo que siempre quiso. Y yo, que era su
protector, mírame…
–Bueno, no te va tan mal, ¿no? Adam me dijo que trabajabas
en el aeropuerto. ¿Qué haces allí?
Isaac se calló. Miró a su alrededor. Toda aquella
gente importante. Nada más y nada menos que el restaurante de la planta 88 del
Thévenin. Claire sentada delante de él, radiante. La noche estaba siendo
magnífica. No podía estropearlo. No podía fallar. No podía decirle que era simplemente
el chico de las maletas.
–Soy controlador aéreo.
Lo había hecho. Había mentido. Las piernas,
nerviosas, comenzaron a temblarle. No se le daba bien mentir.
–¡Vaya! –exclamó Claire–. Siempre me ha parecido un
trabajo admirable, pasar las horas allí arriba, en la torre de control,
teniendo bajo tu supervisión tantos aviones… Es mucha presión.
–Sí, bueno, sé manejarme –contestó Isaac, esquivo.
–Es curioso, ¿sabes? Una vez estuve saliendo con alguien
que también era controlador aéreo. Seguro que lo conoces. Kurt. Kurt Richards.
¿Te suena?
–Ehm… ¿Kurt? No... no me suena ningún Kurt.
–Qué raro. Kurt siempre me dijo que conocía a todos
sus compañeros. Solían salir de fiesta todos juntos, siempre el segundo jueves
de cada mes. Solía llamarlo la Noche de los Halcones. Siempre me pareció un
nombre ridículo.
–No… esto… no me gusta mucho salir de fiesta… ya sabes…
ese tipo de cosas no van conmigo.
Isaac soltó los cubiertos en el plato y puso las
manos sobre su regazo. Le temblaban tanto que casi parecía no tener control
sobre ellas.
–Pero habrás oído hablar de la Noche de los Halcones,
¿no? Según me contó Kurt, es una tradición entre vosotros. Dime, ¿a quién
conoces? Kurt me presentó a un montón de sus compañeros. ¿Conoces a Tom?
¿Ethan? ¿Ryan? ¿Peter? Oh, Peter es muy buen tipo, seguro que lo conoces.
Por cada nombre que salía por la boca de Claire el
pulso de Isaac se aceleraba un poco más. Aquel río de palabras que fluían en el
aire le entraba por los oídos y se le clavaba en el cerebro. Sus manos y sus
piernas ya estaban completamente fuera de su control. Comenzó a hiperventilar,
y la cara se le iba enrojeciendo cada vez más. Parecía que iba a explotar allí
mismo, de un momento a otro.
–Dis… discúlpame. Necesito ir al servicio.
Se levantó atropelladamente de la mesa y cruzó la
sala a un paso tan rápido que llamó la atención de todos los comensales. En su
camino casi se llevó por delante la mesa donde comían Gary Hooke y su esposa. Mientras
caminaba se echó la mano al bolsillo derecho del pantalón, sacó su pequeña
libreta, arrancó la primera página y anotó torpemente algo en la página
siguiente. Entró al baño con la libreta en la mano.
Estoy super intrigada! espero post nuevos! :P
ResponderEliminarbesitos desde
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Pásate por mi blog te he dedicado una entrada :P
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