lunes, 19 de noviembre de 2012

Capítulo 5: ¿Estás bien?


–¿Ese no era el amigo de Adam Legendre? –preguntó Rose, la esposa del teniente Hooke, instantes después de que Isaac pasara junto a su mesa en su acelerada carrera hacia el servicio.
–Sí, creo que sí –dijo Gary–. ¿Cómo se llamaba? ¿Ian?
–Isaac, creo que era Isaac. No tenía muy buena cara. ¿Te has fijado? Quizá deberías ir a ver si le pasa algo, puede que necesite ayuda.
–Le habrá sentado mal el postre, no le des tanta importancia, Rose –contestó el teniente, arisco.
–Vamos, Gary. No te cuesta nada ir a echar un vistazo al servicio. Creo que a ese chico le pasaba algo.

Gary aceptó a regañadientes, se levantó de la mesa, cogió su bastón y se dirigió al servicio.
Al entrar parecía no haber nadie. Hooke se acercó a la parte izquierda de la sala, donde había una hilera de lavabos bajo un amplio espejo. Apoyó el bastón en una esquina, abrió el grifo y comenzó a lavarse las manos, al mismo tiempo que recorría con la mirada en el espejo la abertura de la parte inferior en las puertas de los cubículos de los retretes, que estaban en la pared opuesta. En uno de ellos encontró los zapatos negros de cordones de Isaac a ambos lados del inodoro donde estaba sentado.

–Se te veía con prisa, ¿eh, chico? ¿No te ha sentado bien la comida?–dijo Gary, mientras se lavaba las manos y miraba fijamente los zapatos negros en el espejo en el espejo.
Isaac no contestó.
–¿Me oyes, chico?
Silencio.
–¿Isaac? ¿Eres Isaac, verdad? Soy el teniente Gary Hooke –cerró el grifo, agarró el bastón y se acercó a la puerta del retrete donde estaba Isaac.
No hubo respuesta.

 Gary agarró el pomo de la puerta e intentó abrirla, sin conseguirlo, ya que el pestillo estaba echado del otro lado. Miró a ambos lados, agarró el pomo con fuerza y cargó con el hombro contra la puerta. Tras el golpetazo, la puerta se abrió.

Isaac estaba sentado sobre el inodoro, con la cabeza caída hacia un lado, inconsciente. Tenía ambas manos entrecruzadas apoyadas sobre la pechera, y bajo ellas se podía distinguir una pequeña libreta de tapas amarillas.

Gary agarró a Isaac por el hombro y lo zarandeó con brío. La libreta cayó al suelo.
–¿Isaac? ¡Isaac! ¿Me oyes? Soy Gary Hooke. ¿Puedes oírme?

Isaac no reaccionó. Gary, sobresaltado, puso los dedos sobre su cuello para tomarle el pulso. Suspiró aliviado al comprobar que su corazón latía y, agarrándolo de nuevo por el hombro, lo agitó enérgicamente mientras le gritaba. No había respuesta por parte de Isaac. Seguía allí, inmóvil como un muñeco, con los ojos cerrados. Gary, desesperado, desistió en sus intentos de reanimarlo a base de empujones y decidió salir al restaurante en busca de un médico. Pero en cuanto soltó la camisa de Isaac, éste abrió los ojos.
 –¡Chico! ¡Oh, Dios mío! ¿Puedes oírme? ¿Estás bien?

Isaac tenía la mirada perdida. Tardó varios segundos en mover algún músculo del cuerpo. En cuanto recobró el sentido, comenzó a mirar a su alrededor, nervioso, de una forma casi impulsiva, al tiempo que se palpaba bruscamente todos los bolsillos del cuerpo. Al ver su pequeña libreta amarilla tirada en el suelo, se abalanzó sobre ella, la abrió y leyó la primera página, que tenía escritas cuatro líneas con una caligrafía horrible.

Gary observaba atónito. Tras leer aquellas líneas, Isaac parecía mucho más calmado. Dejó caer los brazos relajados, como si de pronto sintiera un gran alivio.
–Ya puedes empezar a explicarme qué acaba de pasar –dijo Gary de forma muy seria.
Isaac se sobresaltó al oírlo. Parecía como si no se hubiera percatado de su presencia hasta entonces.
–Se… señor Hooke.
–¿Qué ha pasado, Isaac? ¿Qué es esa libreta?
–Es… difícil de explicar, señor. Me ocurre a veces.
–¿Estás drogado?
–¿Qué? ¡No! No, señor. No tiene nada que ver con eso.
–Pues no lo entiendo. Un tipo atraviesa corriendo el restaurante del Thévenin, casi llevándose por delante mi mesa; se mete en el servicio, donde se queda inconsciente y, cuando despierta, parece una especie de zombi hasta que lee algo en una pequeña libreta y, de repente, vuelve a la normalidad. ¿Estás jugando conmigo, chico? Porque esto no tiene ningún sentido.
–Lo sé, señor. Sé que es algo raro. Pero no puedo explicárselo, es demasiado complicado. Le prometo que no tiene nada que ver con las drogas, esas cosas no van conmigo.
–Espero que sea así. He visto que estás cenando con Claire Greene. La conozco. Es una buena chica. No sé cómo alguien como tú ha conseguido una cena con ella, pero espero que no le pase nada por andar contigo.
–Puede estar seguro de ello. No dejaré que nada le ocurra a esa chica, señor. Esto no tiene nada que ver con ella.
Gary recorrió con la mirada a Isaac de arriba a abajo, receloso.
–Espero que así sea –sentenció. Sin decir una palabra más, se giró y abandonó el servicio para volver a su mesa en el restaurante.

Isaac permanecía sentado en el retrete, con la libreta en su regazo y los brazos caídos a ambos lados. Se pasó ambas manos por la cara, restregándose los ojos con la punta de los dedos, y lanzó un profundo suspiro. Luego cogió de nuevo la libreta y añadió una nueva línea bajo lo que ya había escrito:

Gary Hooke te ha visto.

Subrayó aquella frase con una doble línea y guardó la libreta en un bolsillo. Tras arreglarse un poco en el espejo del baño, regresó al restaurante. Al pasar junto a la mesa del teniente Hooke éste ni siquiera lo miró.
–Vaya, sí que has tardado –le dijo Claire cuando llegó a la mesa.
–Sí. Me he encontrado con Gary Hooke y hemos estado hablando. Poniéndonos al día, ya sabes. Lo siento.
–No pasa nada –contestó Claire, con una sonrisa en la cara, tan dulce como siempre.

La conversación continuó el resto de la cena. No volvieron a tocar el tema del trabajo de Isaac, sino que hablaron de otras cosas: las noticias de actualidad, los lugares donde les gustaría viajar, sus comidas favoritas… Una vez hubieron terminado de comer, tal y como habían prometido, bajaron al jardín a dar una vuelta. Pasaron allí más de una hora, paseando entre los árboles y observando las raras especies de plantas que allí crecían. Claire asombró a Isaac con sus numerosos conocimientos de botánica.

Finalmente, ya pasada la medianoche, abandonaron el Thévenin. Salieron de la puerta cogidos de la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario