El edificio donde vivía
Isaac estaba situado en Crosshills, un barrio de la periferia de la ciudad. Era
una zona residencial en la que predominaban los edificios bajos, de tres o
cuatro plantas, de fachada de ladrillo visto de color rojizo en su mayoría.
Había poco más aparte de aquellos bloques que se sucedían unos tras otros. Lo
más destacable de aquella zona era un modesto centro comercial de no demasiada
extensión que ya veía como sus mejores días quedaban demasiado lejos, y un
parque llamado Queen’s Garden, situado justamente enfrente al centro comercial,
que en otro tiempo fue un punto de gran interés turístico para los visitantes
de la ciudad, aunque hoy día no era más que un vasto descampado descuidado. Los
vecinos del barrio culpaban al alcalde Henderson del abandono del parque, ya
que nada más acceder a la alcaldía destinó la mayor parte del presupuesto
destinado a parques y jardines a cuidar y modernizar el vetusto Ocean Park, un
parque mucho más céntrico, cercano al edificio Thévenin, que contaba con un
inmenso lago en su interior, dejando de lado el resto de parques más lejanos al
centro de la ciudad. Esto provocó el declive del Queen’s Garden: el césped
comenzó a perder el verde, las malas hierbas aparecieron por doquier, la basura
se acumulaba por los rincones… Incluso el mayor atractivo del parque, una esplendorosa
fuente de casi tres metros de altura, con una escultura de una sirena en el centro,
ahora permanecía permanentemente sin agua, sucia y deteriorada.
Queen’s Garden era, de
hecho, el lugar más peligroso del barrio. Se había convertido en el refugio
perfecto para los sin techo, que pululaban a lo largo y ancho del parque a cualquier
hora del día. La mayoría habían aprovechado las estructuras propias del parque
para construir pequeñas casetas con cartones y tablones de madera, donde
malvivían como podían. Sin embargo, el mayor problema radicaba en el modo en
que estos nuevos inquilinos del parque se ganaban la vida, ya que la mayor
parte de ellos se dedicaba a la venta de drogas. Generalmente, solo vendían
cuando ya se había ido el sol, por lo que pasarse por las inmediaciones del
parque cuando era de noche podía ser una mala ocurrencia, ya que no faltaban
los yonquis con síndrome de abstinencia, sin dinero en los bolsillos y capaces
de cualquier cosa con tal de obtener su dosis.
Lejos de la zona del parque,
Crosshills no era un mal barrio. La mayoría de los vecinos eran trabajadores de
clase media, gente que se levantaba a las siete de la mañana para coger el
metro e irse a trabajar al centro de la ciudad. Exceptuando la zona del parque,
era un barrio tranquilo, sin apenas tráfico ni ruido. El apartamento de Isaac
estaba situado un par de manzanas por detrás del centro comercial, en el segundo
edificio de una hilera de cuatro exactamente iguales: edificios de ladrillo, de
cuatro plantas, con líneas pintadas de color marrón oscuro recorriendo sus
esquinas e infinidad de pequeñas ventanitas. Estaban alineados en el interior
de un recinto cerrado con una verja metálica, con aberturas en más sitios de
los que debería.
Adam aparcó frente al
recinto, en la acera opuesta de la calle, y los tres policías bajaron del
coche.
Llovía, aunque no con
demasiada fuerza. Adam cruzó la calle sin demasiada prisa, en dirección al
portal del segundo edificio de la hilera. A su derecha iba el teniente Hooke,
avanzando ayudándose de su bastón; a su izquierda, el recién trasladado Arthur
Finn, examinando los edificios con la mirada.
Al llegar al portal, que
tenía la puerta abierta, encontraron a un hombre sentado en la escalera,
resguardándose de la lluvia bajo el pequeño saliente que había a la entrada del
edificio. Era un hombre mayor, de unos setenta años, con arrugas muy marcadas y
con pelo fino y blanco sólo en los laterales de la cabeza, despeinado y ocultándole
parte de las orejas. Leía el periódico del día mientras se fumaba un cigarrillo.
–No hace un día demasiado
bueno para sentarse a leer en el porche, ¿no cree? –dijo Adam al acercarse al
portal.
Al percatarse de la
presencia de los agentes, el viejo echó una mirada por encima de su periódico.
–Yo le conozco. Usted es ese
que salió en la tele, ese que detuvo al pirado de las obras de arte. ¿Cómo se
llamaba? Lo tengo en la punta de la lengua…
–El gran Adam Legendre –dijo
Arthur con un ademán. Adam lo miró de reojo.
–¡Eso era! ¡Legendre! Sabía
que empezaba por L… Mi memoria ya no es lo que era, ¿sabe? Tenía que haberme
visto cuando tenía veinte años. ¡Me sabía el nombre y los apellidos de cada una
de las personas que vivían en estos edificios! –exclamó, mientras señalaba a
los bloques de ladrillo de su alrededor con un amplio gesto.
–Vaya, sí que se conservan
bien los edificios, no me habían parecido tan viejos… –pensó Arthur en voz
alta. Gary, a su lado, le dio un codazo. El viejo echó a reír.
–Sí, sí que se conservan
bien. ¡Ojalá yo me conservara la mitad de bien que ellos! Pero el tiempo no
pasa en balde, chico. Ya te darás cuenta. Díganme, agentes, ¿qué les trae a mi
humilde vecindario?
–Buscamos a un vecino del
bloque. Su nombre es Isaac Burrows –explicó Gary.
–¿Isaac? Un tal Isaac… Ah,
ya sé, un tipo bajito, regordete, con gafas, ¿verdad?
–Más bien alto y delgado
–respondió Adam, con una sonrisa–. Y no, no lleva gafas. Vive en la segunda
planta, trabaja en el aeropuerto.
–¡Ah, claro, el chico del
aeropuerto! ¡El del mono naranja! Sí, sí, sé quién es. Hace tres o cuatro días
que no lo veo, ¿para qué lo buscan?
–Bueno, digamos que puede
sernos útil para una investigación que estamos llevando a cabo –contestó Adam.
–Es un buen chico. Un poco
nervioso, pero buen chico. Si sabe algo que pueda resultarles de ayuda seguro
que os lo dirá.
–Eso esperamos. Eso
esperamos…
Los tres agentes avanzaron
hacia el interior del edificio. Subieron las escaleras hasta el segundo piso y
llegaron a la puerta del apartamento de Isaac, el número 28. Gary Hooke se adelantó
a los otros dos y tocó el timbre.
–¿Qué esperas, que nos abra
la puerta y nos invite a pasar? –preguntó Arthur.
–Es el protocolo –respondió
Gary. Pasaron varios segundos y nadie respondió ni abrió la puerta. Gary tocó
el timbre de nuevo.
–¿Otra vez?
–Las normas dicen que hay
que probar tres veces.
–Es ridículo. No va a
abrirnos nadie.
Como era de esperar, nadie
respondió tampoco a la segunda llamada del timbre. Ni a la tercera.
–¿Quieres hacer los honores,
Finn? –preguntó Gary.
–¿Cómo dices?
–Tres toques de timbre y
nadie responde. El siguiente paso es entrar.
–¿Y cómo entramos? ¿Tienes
algún tipo de llave maestra? ¿Una ganzúa?
Adam echó a reír.
–¿Una ganzúa? Vaya, me
parece que durante el tiempo que pasaste infiltrado en esa maldita banda se te
pegó demasiado de esos capullos. No somos ladrones, no usamos ganzúas.
Simplemente abrimos la puerta. Dale un empujón.
–¿Un empujón?
–Claro, Finn. Un empujón.
Carga contra ella con el hombro –dijo Gary, golpeando la puerta con el bastón–.
¿Cómo esperabas sino que la abriéramos?
–¿Y yo qué coño sé? Es la
primera vez que hago esto –replicó Arthur. Cogió carrerilla y arremetió contra
la puerta, chocando contra ella sin conseguir nada. Lo intentó un par de veces
más, sin resultado alguno–. Esto es una mierda. No hay forma de echarla abajo.
–Venga ya, Finn, si es tan
fina como una hoja de papel –protestó Gary.
–Échate a un lado –dijo
Adam. Tomo un impulsó y cargó contra la puerta con el hombro. Se escuchó un
crujido proveniente de la cerradura, que había cedido. La puerta estaba
abierta–. El truco está en el golpe, tiene que ser fuerte y seco –dijo,
conteniendo la risa.
–Tiene que ser fuerte y seco
–repitió Arthur, refunfuñando–. Vamos adentro.
Qué intriga! Espero los nuevos capítulos :P
ResponderEliminarbesitos desde
http://think-trendy.blogspot.com.es/
Estoy comenzando a leerlo y me encanta!! Ya he publicado un post con el segundo capítulo de mi libro, POR FAVOR deja un comentario con tu opinión acerca de él! Sigo tu blog :)
ResponderEliminarhttp://kate-rose-blair.blogspot.com.es/
Kiss