martes, 19 de marzo de 2013

Capítulo 11: Fuerte y seco


El edificio donde vivía Isaac estaba situado en Crosshills, un barrio de la periferia de la ciudad. Era una zona residencial en la que predominaban los edificios bajos, de tres o cuatro plantas, de fachada de ladrillo visto de color rojizo en su mayoría. Había poco más aparte de aquellos bloques que se sucedían unos tras otros. Lo más destacable de aquella zona era un modesto centro comercial de no demasiada extensión que ya veía como sus mejores días quedaban demasiado lejos, y un parque llamado Queen’s Garden, situado justamente enfrente al centro comercial, que en otro tiempo fue un punto de gran interés turístico para los visitantes de la ciudad, aunque hoy día no era más que un vasto descampado descuidado. Los vecinos del barrio culpaban al alcalde Henderson del abandono del parque, ya que nada más acceder a la alcaldía destinó la mayor parte del presupuesto destinado a parques y jardines a cuidar y modernizar el vetusto Ocean Park, un parque mucho más céntrico, cercano al edificio Thévenin, que contaba con un inmenso lago en su interior, dejando de lado el resto de parques más lejanos al centro de la ciudad. Esto provocó el declive del Queen’s Garden: el césped comenzó a perder el verde, las malas hierbas aparecieron por doquier, la basura se acumulaba por los rincones… Incluso el mayor atractivo del parque, una esplendorosa fuente de casi tres metros de altura, con una escultura de una sirena en el centro, ahora permanecía permanentemente sin agua, sucia y deteriorada. 
Queen’s Garden era, de hecho, el lugar más peligroso del barrio. Se había convertido en el refugio perfecto para los sin techo, que pululaban a lo largo y ancho del parque a cualquier hora del día. La mayoría habían aprovechado las estructuras propias del parque para construir pequeñas casetas con cartones y tablones de madera, donde malvivían como podían. Sin embargo, el mayor problema radicaba en el modo en que estos nuevos inquilinos del parque se ganaban la vida, ya que la mayor parte de ellos se dedicaba a la venta de drogas. Generalmente, solo vendían cuando ya se había ido el sol, por lo que pasarse por las inmediaciones del parque cuando era de noche podía ser una mala ocurrencia, ya que no faltaban los yonquis con síndrome de abstinencia, sin dinero en los bolsillos y capaces de cualquier cosa con tal de obtener su dosis. 
Lejos de la zona del parque, Crosshills no era un mal barrio. La mayoría de los vecinos eran trabajadores de clase media, gente que se levantaba a las siete de la mañana para coger el metro e irse a trabajar al centro de la ciudad. Exceptuando la zona del parque, era un barrio tranquilo, sin apenas tráfico ni ruido. El apartamento de Isaac estaba situado un par de manzanas por detrás del centro comercial, en el segundo edificio de una hilera de cuatro exactamente iguales: edificios de ladrillo, de cuatro plantas, con líneas pintadas de color marrón oscuro recorriendo sus esquinas e infinidad de pequeñas ventanitas. Estaban alineados en el interior de un recinto cerrado con una verja metálica, con aberturas en más sitios de los que debería.
Adam aparcó frente al recinto, en la acera opuesta de la calle, y los tres policías bajaron del coche.
Llovía, aunque no con demasiada fuerza. Adam cruzó la calle sin demasiada prisa, en dirección al portal del segundo edificio de la hilera. A su derecha iba el teniente Hooke, avanzando ayudándose de su bastón; a su izquierda, el recién trasladado Arthur Finn, examinando los edificios con la mirada.
Al llegar al portal, que tenía la puerta abierta, encontraron a un hombre sentado en la escalera, resguardándose de la lluvia bajo el pequeño saliente que había a la entrada del edificio. Era un hombre mayor, de unos setenta años, con arrugas muy marcadas y con pelo fino y blanco sólo en los laterales de la cabeza, despeinado y ocultándole parte de las orejas. Leía el periódico del día mientras se fumaba un cigarrillo.
–No hace un día demasiado bueno para sentarse a leer en el porche, ¿no cree? –dijo Adam al acercarse al portal.
Al percatarse de la presencia de los agentes, el viejo echó una mirada por encima de su periódico.
–Yo le conozco. Usted es ese que salió en la tele, ese que detuvo al pirado de las obras de arte. ¿Cómo se llamaba? Lo tengo en la punta de la lengua…
–El gran Adam Legendre –dijo Arthur con un ademán. Adam lo miró de reojo.
–¡Eso era! ¡Legendre! Sabía que empezaba por L… Mi memoria ya no es lo que era, ¿sabe? Tenía que haberme visto cuando tenía veinte años. ¡Me sabía el nombre y los apellidos de cada una de las personas que vivían en estos edificios! –exclamó, mientras señalaba a los bloques de ladrillo de su alrededor con un amplio gesto.
–Vaya, sí que se conservan bien los edificios, no me habían parecido tan viejos… –pensó Arthur en voz alta. Gary, a su lado, le dio un codazo. El viejo echó a reír.
–Sí, sí que se conservan bien. ¡Ojalá yo me conservara la mitad de bien que ellos! Pero el tiempo no pasa en balde, chico. Ya te darás cuenta. Díganme, agentes, ¿qué les trae a mi humilde vecindario?
–Buscamos a un vecino del bloque. Su nombre es Isaac Burrows –explicó Gary.
–¿Isaac? Un tal Isaac… Ah, ya sé, un tipo bajito, regordete, con gafas, ¿verdad?
–Más bien alto y delgado –respondió Adam, con una sonrisa–. Y no, no lleva gafas. Vive en la segunda planta, trabaja en el aeropuerto.
–¡Ah, claro, el chico del aeropuerto! ¡El del mono naranja! Sí, sí, sé quién es. Hace tres o cuatro días que no lo veo, ¿para qué lo buscan?
–Bueno, digamos que puede sernos útil para una investigación que estamos llevando a cabo –contestó Adam.
–Es un buen chico. Un poco nervioso, pero buen chico. Si sabe algo que pueda resultarles de ayuda seguro que os lo dirá.
–Eso esperamos. Eso esperamos…
Los tres agentes avanzaron hacia el interior del edificio. Subieron las escaleras hasta el segundo piso y llegaron a la puerta del apartamento de Isaac, el número 28. Gary Hooke se adelantó a los otros dos y tocó el timbre.
–¿Qué esperas, que nos abra la puerta y nos invite a pasar? –preguntó Arthur.
–Es el protocolo –respondió Gary. Pasaron varios segundos y nadie respondió ni abrió la puerta. Gary tocó el timbre de nuevo.
–¿Otra vez?
–Las normas dicen que hay que probar tres veces.
–Es ridículo. No va a abrirnos nadie.
Como era de esperar, nadie respondió tampoco a la segunda llamada del timbre. Ni a la tercera.
–¿Quieres hacer los honores, Finn? –preguntó Gary.
–¿Cómo dices?
–Tres toques de timbre y nadie responde. El siguiente paso es entrar.
–¿Y cómo entramos? ¿Tienes algún tipo de llave maestra? ¿Una ganzúa?
Adam echó a reír.
–¿Una ganzúa? Vaya, me parece que durante el tiempo que pasaste infiltrado en esa maldita banda se te pegó demasiado de esos capullos. No somos ladrones, no usamos ganzúas. Simplemente abrimos la puerta. Dale un empujón.
–¿Un empujón?
­–Claro, Finn. Un empujón. Carga contra ella con el hombro –dijo Gary, golpeando la puerta con el bastón–. ¿Cómo esperabas sino que la abriéramos?
–¿Y yo qué coño sé? Es la primera vez que hago esto –replicó Arthur. Cogió carrerilla y arremetió contra la puerta, chocando contra ella sin conseguir nada. Lo intentó un par de veces más, sin resultado alguno–. Esto es una mierda. No hay forma de echarla abajo.
–Venga ya, Finn, si es tan fina como una hoja de papel –protestó Gary.
–Échate a un lado –dijo Adam. Tomo un impulsó y cargó contra la puerta con el hombro. Se escuchó un crujido proveniente de la cerradura, que había cedido. La puerta estaba abierta–. El truco está en el golpe, tiene que ser fuerte y seco –dijo, conteniendo la risa.
–Tiene que ser fuerte y seco –repitió Arthur, refunfuñando–. Vamos adentro.

2 comentarios:

  1. Qué intriga! Espero los nuevos capítulos :P

    besitos desde
    http://think-trendy.blogspot.com.es/

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  2. Estoy comenzando a leerlo y me encanta!! Ya he publicado un post con el segundo capítulo de mi libro, POR FAVOR deja un comentario con tu opinión acerca de él! Sigo tu blog :)

    http://kate-rose-blair.blogspot.com.es/

    Kiss

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